lunes, 8 de marzo de 2010

Día de la Mujer Trabajadora



M_aría tamborilea los dedos en el volante. Le gusta llevar este inmenso autobús mientras la ciudad apura las últimas horas de oscuridad. El ronroneo suave del motor acompaña sus lentos movimientos mientras conduce por las calles somnolientas que se van desperezando. Hoy la acompaña un dolor dulzón que proviene del ramo de flores amarillas que tiene a su lado.

U_rsula bosteza sentada en el cálido autobús. Como cada día se ha levantado insultantemente temprano para ir a ese trabajo de madrugadas oscuras y café recalentado. Está empezando a llover y se da cuenta de que se ha olvidado el paraguas: se va a mojar. Pero hoy el autobús para justamente delante de la puerta de la radio. Ahí no hay parada. Pero sí, el vehículo detiene su marca y abre las puertas. Úrsula busca la cara de la conductora en el espejo retrovisor y sus ojos chocan con los de ella, que le guiña un ojo. En la radio, no empieza contando las noticias sino que pone su canción favorita.

J_uana enciende la radio justo después de abrir un ojo esperando el monótono murmullo de las noticias que la despierta cada mañana. Pero hoy suena su canción favorita. De pronto, salta de la cama y se pone a bailar y a cantar por toda la casa. Está contenta. Siente empequeñecer el miedo a su primer día de trabajo. Sabe que será capaz. Ya no teme ponerse frente a mujeres que le doblan la edad para enseñarles a leer.

E_ster llora. Acaba de escribir su nombre por primera vez. Esos garabatos que no sabía descifrar ahora tienen sentido. Son su nombre. Son un nuevo principio. Siente que está retomando las riendas de su vida y abraza a su nueva profesora mientras sonríe. Todavía sonríe cuando llega al restaurante. Hoy piensa celebrarlo cocinando su postre especial.

R_aquel ha pedido el postre especial. Cuando prueba un bocado de ese coulant siente como el chocolate espeso, dulce, caliente la invade, fundiéndose en su interior. Recordará esta cascada de sabrosa energía cuando se siente frente a su paciente. Le gusta su trabajo, aunque haya días en los que se le hace imposible de tragar. Hoy no es uno de esos días: puede decirle a esa mujer que tiene delante ese NO lleno de esperanza.

E_va no está enferma. Ya no. Sonríe. Llora. Sale de la consulta como una sonámbula y se pierde entre las calles burbujeantes de la ciudad. Tiene que volver al trabajo, así que se dirige a la peluquería sintiendo que ese agujero negro que sentía en su pecho se ha desmenuzado. Hoy se aplica especialmente en lavar, cortar, poner tinte, marcar… Y cuando baja la persiana metálica recuerda la mirada, entre sorprendida e ilusionada, de esa mujer que se ha mirado al espejo sintiéndose la princesa de su cuento.

S_ara sale de la peluquería con la sonrisa bailándole todavía en los labios. Se siente bien. Se mira de refilón en el espejo de la floristería mientras prepara un ramo para un cliente. Con movimientos muy lentos ata un lazo satinado que contrasta con las espinas de las rosas que rodea. Sonríe. Hoy se le ha hecho muy tarde, la oscuridad ya resbala por los edificios y las calles, pero antes de cerrar decide prepararse un ramo de lirios amarillos para ella. Por fin, ve las luces del autobús que la llevará a casa. Cuando para y la conductora abre las puertas y le sonríe, Sara le regala ese ramo amarillo.

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